Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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el capitán de guardias, para mi amigo el
resultado era el mismo.
--¿Y esa es vuestra devoción, señor de D'Artagnan? ¿una devoción que razona y escoge? Vos no sois
soldado. --Espero que Vuestra Majestad me diga qué, soy.
--¡Un frondista!
--En tal caso desde que se acabó la Fronda, Sire...
--¡Ah! Si lo que decís es cierto...
--Siempre es cierto lo que digo. Sire.
--¿A qué habéis venido? Vamos a ver.
--A deciros que el señor conde de La Fere está en la Bastilla.
--No por vuestro gusto, a fe mía.
--Es verdad, Sire: pero está allí, y pues allí está, importa que Vuestra Majestad lo sepa.
--¡Señor de D'Artagnan ¡estáis provocando a vuestro rey!
--Sire...
--¡Señor de D'Artagnan! ¡estáis abusando de mi paciencia!
--Al contrario, Sire.
--¡Cómo! ¿al contrario decís?
--Sí, Sire: porque he venido para hacer que también me arresten a mí.
--¡Para que os arresten a vos!
--Está claro. Mi amigo va a aburrirse en la Bastilla; por lo tanto, suplico a Vuestra Majestad me dé li-
cencia para ir a hacerle compañía. Basta que Vuestra Majestad pronuncie una palabra para que yo me arres-
te a mí mismo; yo os respondo de que para eso no tendré necesidad del capitán de guardias. El rey se aba-
lanzó a su bufete y tomó la pluma para dar la orden de aprisionar a D'Artagnan,
--¡No olvidéis que es para toda la vida! --exclamó el rey con acento de amenaza.
--Ya lo supongo --repuso el mosquetero; --porque una vez hayáis cometido ese abuso, nunca jamás os
atreveréis a mirarme cara a cara,
--¡Marchaos! --gritó el monarca, arrojando con violencia la pluma.
--No, si os place, Sire.
--¡Cómo que no!
--He venido para hablar persuasivamente con el rey, y es triste que el rey se haya dejado llevar de la có-
lera; pero no por eso dejaré de decir a Vuestra Majestad lo que tengo que decirle.
--¡Vuestra dimisión! ¡vuestra dimisión! --gritó el soberano.
--Sire --replicó D'Artagnan, --ya sabéis que no estoy apegado a mi empleo; en Blois os ofrecí mi dimi-
sión 01 día en que negasteis al rey Carlos el millón que le regaló mi amigo el conde La Fere. '--Pues venga
inmediatamente.
--No Sire, porque no es mi dimisión lo que ahora estamos ventilando. ¿No ha tomado Vuestra Majestad
la pluma para enviarme a la Bastilla? ¿Por qué, pues, muda de consejo Vuestra Majestad? --¡D'Artagnan! ¡gascón testarudo! ¿quién es el rey aquí? ¿vos o yo?
--Vos, Sire, por desgracia.
--¡Por desgracia!
--Sí, Sire, porque de ser yo el rey...
--Aplaudiríais la rebelión del señor de D'Artagnan, ¿no es así?
--¡No había de aplaudirla!
--¿De veras? --dijo Luis XIV encogiendo los hombros.
--Y --continuó D'Artagnan, --diría a mi capitán de mosqueteros, mirándole con ojos humanos y no con
esas ascuas: “Señor de D'Artagnan, he olvidado que soy el rey: he bajado de mi trono para ultrajar a un
caballero”.
--¿Y vos estimáis que es excusar a vuestro amigo el sobrepujarlo en insolencia? --prorrumpió Luis.
--¡Ah! Sire --dijo D'Artagnan, --yo no me quedaré en los términos que él, y vuestra será la culpa. Yo
voy a deciros lo que él, el hombre delicado por excelencia, no os ha dicho; yo os diré: Sire, habéis sacrifi-
cado a su hijo, y él defendía a su hijo; lo habéis sacrificado a él, siendo así que os hablaba en nombre de la
religión y la virtud, y lo habéis apartado, aprisionado. Yo seré más inflexible que él, Sire, y os diré: Sire,
elegid. ¿Queréis amigos o lacayos? ¿soldados o danzantes de reverencias? ¿grandes hombres o muñecos?
¿queréis que os sirvan o que ante vos se dobleguen? ¿que os amen o que os teman? Si preferís la bajeza, la
intriga, la cobardía, decidlo, Sire; nosotros, los únicos restos, qué digo, los únicos modelos de la valentía
pasada, nos retiraremos, después de haber servido y quizá sobrepujado en valor y mérito a hombres ya res-
plandecientes en el cielo de la posteridad. Elegid, Sire, y pronto. Los contados grandes señores que os que-
dan, guardadlos bajo llave; nunca os faltarán cortesanos. Apresuraos, Sire, y enviadme a la Bastilla con mi
amigo; porque si no habéis escuchado al conde de La Fere, es decir la voz más suave y más noble del
honor, ni escucháis a D'Artagnan, esto es, la voz más franca y ruda de la sinceridad, sois un mal rey, y ma-
ñana seréis un rey irresoluto; y a los reyes malos se les aborrece, y a los reyes irresolutos se les echa. He ahí
lo que tenía que deciros, Sire: muy mal habéis hecho al llevarme


 

 
 

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